“Cada florcita de curiosidad, es
aplastada por la sociedad en sí misma.”
Albert
Einstein.
Esta
cita fue mencionada por el físico teórico, estadounidense de origen japonés,
Michio Kaku, cuando le preguntaron si era necesario hacer la ciencia ilegal
para llamar la atención de los niños, su respuesta fue muy sencilla; nacemos
científicos y se manifiesta en la curiosidad que presentamos en nuestra
infancia al preguntar por el sol, la
lejanía de las estrellas, la velocidad del viento, etcétera. Sin embargo,
esta curiosidad es aplastada durante “los años peligros”, como él llama a la educación
primaria y secundaria, donde se obliga a memorizar cifras y hechos dinamizando
toda incertidumbre en los niños y por ende “pensando que la memorización ES
ciencia”. Así mismo nos encontramos con Richard Feynmen (Novel de Física 1965),
que en una entrevista titulada “El placer de descubrir las cosas”, manifiesta
un pensamiento similar, haciendo ver la necesidad de provocar curiosidad e
incertidumbre para llegar a detalles omitidos a simple vista y así andamiar el
conocimiento y entender éste como un hecho, una acción y no un mero evento memorizable.
A
simple vista quizá no podríamos ver las similitudes de esta problemática con la
poesía, sin embargo, tanto ciencia como poesía, son creación; una forma de
conocimiento único y revelador que va más allá de la comprensión literal y superficial.
En consecuencia los problemas que podemos encontrar en una, los hayamos también
en la otra. Debemos plantear ambos saberes como un hecho mágico de descubrimiento
y no como una ocasión para ejercitar la memoria.
Kaku
mencionó “los años peligrosos”, que en algunos casos, si bien no eliminaron
definitivamente la curiosidad, la disminuyeron
de forma considerable, situación que sí se vivenció durante el paso por la
enseñanza media de muchos de nosotros, tal vez quisimos ser curiosos, pero
se nos dijo que un mal logrado gato
murió de ello, así que no nos quedó más opción que reducir nuestras
expectativas a lo que el profesor nos quisiera mostrar para aprender y no lo
que nos interesaba o nos despertaba asombro.
Nuestras
clases de poesía durante la enseñanza media estuvieron colmadas de una
escritura lejana, inalcanzable y muchas veces incomprensible (cuando hubo algo
de poesía en ellas), donde mataban cada afán de incertidumbre con una lluvia de
figuras retoricas que identificar en un poema y aprendiendo, que es una metáfora, anáfora, retruécano, etcétera.
Sin lugar a dudas en estas actividades no había ninguna intención de hacer a
los estudiantes participes de su propio
proceso de enseñanza-aprendizaje, sino un afán conductista de abarcar los planes
estipulados en los programas de estudio en un tiempo determinado. Por otra
parte estos últimos no atienden a necesidades individuales y en consecuencia,
es muy difícil que incentiven saberes tan poco “útiles” como la poesía, esta
parte de los contenidos es abarcada en un periodo limitado de tiempo y más aún
la asertividad de los contenidos elegidos
podría estar en duda. Jaime Jaramillo dice que “la mayor parte de la
peor “poesía” que se ha escrito está en verso”, sin embargo como estudiantes no
conocimos otra, no llegamos más allá del verso libre y no tuvimos una
concepción global y abarcarte de la poesía, nos acostumbramos a reconocer
tópicos e intenciones, aprendimos movimientos o generaciones de poetas, pero
todo esto estaba muy lejos de preguntarnos si lo que leíamos nos hacía “entrar en
crisis” o simplemente provocaba “algo”; algo como la duda, la incertidumbre o por
lo menos curiosidad. Simplemente nada de los que nos mostraron nos parecía
familiar, sin embargo, tampoco era lo suficientemente interesante como para
intentar familiarizarnos con ello, esa presentación fugaz no fue cautivadora, no fue llamativa, y tampoco pudo
despertar interés.
Seguramente
lo anterior es una consecuencia de las prácticas “demasiado ortodoxas” para
abordar los contenidos, a continuación se enumeran solo algunas:
1. El
“tipo” de poesía que se nos ofrecía: como los clásicos universales, que
hablaban de las “oscuras golondrinas” (Bécquer), “de llamas de amor vivas que tiernamente
hieren” (San Juan de la Cruz), o de monjas que mueren porque no mueren, podrían
explicar en parte la falta de interés por la poesía. Estos ejemplos parecen contener
elementos no muy llamativos para adolescentes de 15 años (respetando obviamente
a los mencionados clásicos, que con la madurez suficiente, por lo menos se les
puede leer y permanecer despiertos hasta el término de los poemas).
2. Esa
imperiosa necesidad enmarcar el conocimiento, identificando tópicos y figuras literarias:
esto tampoco resulta una actividad muy atrayente, ya que no se requiere de una
participación consiente por parte de los estudiantes, es un trabajo vacío y
banal cuando lo que leemos no nos hace ningún sentido, cuando las letras no
repercuten en nosotros. Se entiende que dichas actividades solo se hacen por
una necesidad de cumplir con las exigencias planteadas en los Planes y
Programas de enseñanza media y no por despertar curiosidad y mucho menos
incentivar a la creatividad.
3. Por
último el rol pasivo del docente: no tuvimos el agrado de escuchar a ninguno de
nuestros profesores leer poesía como nos hubiese gustado, más allá de un par de versos para dejar bien
claro cuál es la intención del tantas veces mencionado hablante lirico, dejando
ningún lugar a la interpretación ni a la posibilidad de hacer dobles lecturas
de lo que leíamos. Estos profesores no fueron capaces de despertar el sentir,
de hacernos manifestar lo que creíamos posible, es decir, no despertaron
nuestra curiosidad.
Toda
la experiencia vivida se contradice con lo planteado por el tan esperado y
vaticinado “cambio de paradigma” (personarme no creo que hayan dos palabras más
prostituidas que estas), y también se contradice con la bibliografía y documentación a la que
hemos tenido acceso en los niveles superiores de enseñanza, donde se ofrecen
posibilidades de cambio que invitan al estudiante a ser parte de lo que
aprenden, a producir lo que aprenden y a decidir lo que aprenden, obviamente
dentro de los márgenes que establece el Gobierno (limitación no menor).
Debemos
partir de la premisa que recibimos a nuestros estudiantes con parte de su
curiosidad muerta, sin una experiencia poética inicial que pudo despertar
interés en ellos (con esto me limito a la educación municipalizada de la que
fui beneficiada, quizá en otros sectores la situación cambia), que como diría
Elena Gomes Villalba no recibieron ese
“rayo de luz” que podría traer tantos beneficios al futuro en esos pequeños
receptores de conocimiento, que en la mayoría de los casos no fueron invitados
a ser parte de sus procesos, no fueron invitado a crear, a cuestionar ni a
fomentar sus habilidades y en algunos casos ni siquiera fueron capaces de
reconocerlas. Es así como llegan estudiantes a la enseñanza media sin nociones
de poesía o más doloroso aun, sin interés por conocerla.
El fin de un educador está muy lejos de
obligar a transmitir su gusto propio por la poesía en sus estudiantes o esperar
que sean productores de ésta “no se trata de conseguir poetas, pero sí
hablantes que puedan manejar creativa y libremente su lengua y que sean
sensibles a la belleza de las palabras” (Gomes-Villalba, 1993), para lograr este cometido se requiere de un
trabajo inicial fuerte, un cimiento que logre establecer miras a un futuro con
un propósito establecido aunque este no sea útil. Es bien sabido que nos
perdemos buscando el uso de todo conocimiento y qué ventajas nos traerá este a nuestra vida,
siempre vinculándolo al área profesional o económico, sin embargo perdemos la
intención de conocer simplemente por el placer que esto implica, de aprender por
una necesidad propia, única e individual que no responde a metas planteadas por
un entorno, muchas veces satisfacer las ansias de un conocimiento o aprendizaje
sin un fin es criticado y lamentablemente eso ocurre en todo ámbito del
conocimiento, no obstante, esto aumenta
cuando se habla de conocimientos libres o subjetivos como el arte en general,
donde el espacio para hacer y sentir es personalizado y no sistemático, donde
se atiende a necesidades individuales y no hay limitaciones o restricciones que
impliquen cercar dicho conocimiento.
Específicamente la poesía es el mejor sitio
para hacer notar las individualidades y poder nutrirse de ellas, donde una
opinión diferente jamás será castigada y el conocimiento se puede construir en
conjunto, ambas cosas bastantes difíciles de aceptar si hablamos de
conocimientos útiles, esto responde a la poca tolerancia de las ideas
divergentes y la escasa opción que se da para aprender de forma comunitaria y colaborativa.
El problema radica en que la enseñanza de la poesía se ha sistematizado de
igual forma que aquellos saberes útiles, pensado que haciéndolo metódico,
definible y aplicable de igual forma a todas las circunstancias y personas, se
verán resultados que terminaran por internalizar dicho conocimiento. Nos hizo
falta una visión globalizada de la poesía, abarcante, que no sólo contemple lo
escrito, o el verso, sino que incluya imágenes, actos, visiones, movimientos,
manifestaciones, etcétera. Es decir, todo aquello que haya sido creado con el
fin de producir o provocar un sentir en quien lo vea, debe ser entendido como
poesía.
Bajo
los parámetros anteriores, es preciso corregir las tres deficiencias
mencionadas y observadas durante nuestro paso por la enseñanza media, y lo
haremos a partir de recomendaciones válidas para todo docente en acción (que
deberían considerar por respeto a sus estudiantes que piden a gritos auxilio),
así como también para aquellos que aún estamos en nuestros respectivos procesos
de formación y pretendemos no cometer los mismo errores que vimos en nuestros
formadores, cabe estipular que los tres puntos descritos anteriormente no son
los únicos, sino sólo los que a modo muy personal fueron los que mayor daño
hicieron y los que aburrimiento causaron, las mejoras a simple vista aplicables
con las siguientes:
1. Con
respecto al tipo o estilo de poesía que se nos ofrecía, podemos enfatizar
aquella poesía cercana o más bien terrenal, “no se trata de descifrar la poesía
sino de sentirla” (Puentes de Oyenard, 1985) y esto es precisamente lo que no
provocaba lo que leíamos durante la enseñanza media, el sentir. Es necesario
nutrir y complementar esa poesía clásica con la contemporánea, mostrar la
libertad de las letras y lo que pueden provocar, dar indicios de diversidad de autores y estilos que sean
capaces de provocar curiosidad. Podríamos asombrar a nuestros estudiantes, por
ejemplo, con “Artefactos” de Nicanor Parra, o hacerlos producir sus propios
artefactos a partir de elementos básicos
que tengan a la mano. Hacer ver a través de ejemplos variados, que podemos
encontrar en la basta poesía chilena (a la que hemos tenido más acceso a nivel
formativo), que la poesía simplemente escapa de las letras, va más allá de un
encasillamiento gráfico y que la apreciación o desciframiento no es lujo o
placer de sabios, que podemos disfrutar de ella en todos sus estados hasta las
personas más iletradas de este mundo.
2.
La necesidad de enmarcar o entablar
definiciones y conceptos, atienden a obligaciones establecidas en los Planes y
Programas de enseñanza media, sin embargo, estos se pueden flexibilizar de tal
manera que puedan atender a las demandas individuales y que en lo posible
fomenten habilidades personales identificadas en nuestros estudiantes. Quizá
solo hace falta un poco de tino a la hora de encomendar tareas, como por
ejemplo, jamás pedir que definan y luego
ubiquen en poemas clásicos los tópicos literarios: carpe diem, ubi sunt, locus amoenus, beatus ille, amor post mortem,
etcétera (actividad bastante recurrente en los liceos). Si lo que queremos es trabajar con tópicos y somos amantes de la
poesía clásica, haremos poemas con versos de todos los estilos que respondan a
un tópico, se pueden formar poemas contemporáneos, jugar con el humor, la
ironía, la magia, en fin, complementar ese contenido mínimo con otra actividad.
No podemos seguir subestimando las capacidades de nuestros estudiantes, pensando
que no serán capaces de desarrollar tal o cual tarea, ellos no son agentes pasivos
ni dormidos que esperan despertar, están más despiertos que nunca, solo que no
somos los suficientemente interesantes como para llamar su atención y nuestros
planteamientos, son cada vez más básico y conductistas, que no pretenden
fomentar ni estimular capacidades, sino solo medirlas.
3.
La responsabilidad de despertar
curiosidad está en nosotros los futuros docentes en formación, debemos
transmitir el gusto por la poesía y si no existe en nosotros, descubrirlo, de tal manera que podamos
inducir y andamiar el conocimiento de forma real y consecuente. Sólo podemos
provocar curiosidad si conocemos lo que pretendemos mostrar, y no puede haber
conocimiento si no hay interés por él, o por lo menos si atrae será más fácil
su internalización y se disfrutará de ello.
Emilia Gomes-Villalba dice
y cita al final: “Si nosotros conseguimos un maestro que dé vida al poema con
su voz, el maleficio que pesa sobre la poesía se quebrará y el niño irá a ella en busca de algo vivo,
atractivo, lleno de sonidos, de sensaciones, de emociones y no a un “cementerio
de signos muertos, cadáveres de palabras” (Salotti: 1950,60)” con estas
palabras establece ese vínculo obligatorio entre profesor y lo que pretende
provocar en sus estudiantes y la necesidad incentivar la curiosidad con
factores tan sencillos como la voz.
La poesía y su transmisión depende del interés
que provoquemos en nuestros dicentes, el despertar la curiosidad y la capacidad
de asombro es un buen nexo o camino para lograr el cometido, cuidando siempre
de incentivar al máximo posible las capacidades individuales de nuestros
estudiantes, en consecuencia, lograr que la sociedad no aplaste esa florcita de
curiosidad con la que todos nacemos.
Silvia
Palma.
Poetas
Chilenos Contemporáneos.
Un poco extenso, pero es verdad, pertenezco al grupo que le asesinaron la curiosidad en el liceo :( tienes algún libro de inducción a la poesía?
ResponderEliminarExtenso pero interesante... me faltó agregar eso :)
ResponderEliminar